Por la refundación política
Ser joven no es fácil, o sí, sobre todo si a esta pregunta respondieran nuestros padres. Ser joven y creer en la democracia debería ir ligado, pues no en vano no hemos conocido otra realidad. Y la Democracia entendida en su más amplia acepción es lo que provoca que día tras día haya un goteo continuo de jóvenes con inquietudes políticas que deciden pasarse por la sede del partido más afín a su ideología e involucrarse en un nuevo mundo con el fin de construir un futuro y una sociedad como los que tienen idealizados en su cabeza. Son estas ideas, que no ilusiones, las que les llevan a tomar parte activa en política.
Ahora bien, no siempre están bien vistos estos jóvenes utópicos y trabajadores, capaces de anteponer sus ideales a su futuro laboral o su ascenso en las entrañas de su formación política. Por supuesto que de puertas afuera nadie osará a cuestionar a estos adalides de la democracia, el progreso de la sociedad, la libertad y la juventud, pero el asunto cambia radicalmente una vez que se traspasan esas puertas; tantas veces tan opacas. La siembra de jóvenes cadáveres políticos pasa por ser una de las aficiones más en boga actualmente. Es por esto, y por mil cosas más, por lo que los políticos que padecemos (salvo honrosas excepciones que todos conocemos) tienen imposible lavar su imagen. Con palabras no solucionan este tipo de cuestiones, aunque ni siquiera muchos de ellos puedan presumir de una expresión oral a la altura de las circunstancias.
Por ello como joven, como utópico, como pragmático impulsado por sus ideales creo firmemente en que algo debe cambiar a todos los niveles, guste a quien guste. Los profesionales que dan el salto a la política están bien vistos; los políticos profesionales que viven de la puñalada trapera que les mantiene en la bancada municipal, provincial, regional o nacional no deberían tener derecho a pedir ni una triste misericordia para con su imagen. Aunque por su falta de ética probablemente lo hagan. Y es quizás eso lo que más enerva al electorado serio. Que nos vendan una Yamaha de 800cc y nos encontremos con una BH con las ruedas pinchadas y además tengan la desfachatez -jeta, chulería y mil sinónimos más y ninguno aceptable para un tipo que dice representar a otros- de mirarte a la cara y serigrafiar en su cara la típica sonrisa política. Es altamente intolerable. Por el bien de la democracia.
Y, aunque me estoy extiendo más de lo habitual en mí -el tema puede merecerlo-, creo que es el momento de pedir esas ansiadas listas abiertas que lleven a los puestos de responsabilidad a la gente que demuestra estar capacitada para ello y que se mantiene fiel a sus principios y a sus amistades (que en muchas ocasiones no dejan de ser principios tan válidos como los otros). Las puñaladas, las ventas... deben ser desterradas de la práctica política y para ello se necesita regenerar el sistema, dar paso a jóvenes comprometidos que todavía no estén maleados y sepan anteponer sus creencias al egoísta éxito unipersonal. Nos toca tener fe y creer que pensar, ser joven, idealista y competente no puede suponer un handicap en política. Es ésta la gente que se necesita.
Ahora bien, no siempre están bien vistos estos jóvenes utópicos y trabajadores, capaces de anteponer sus ideales a su futuro laboral o su ascenso en las entrañas de su formación política. Por supuesto que de puertas afuera nadie osará a cuestionar a estos adalides de la democracia, el progreso de la sociedad, la libertad y la juventud, pero el asunto cambia radicalmente una vez que se traspasan esas puertas; tantas veces tan opacas. La siembra de jóvenes cadáveres políticos pasa por ser una de las aficiones más en boga actualmente. Es por esto, y por mil cosas más, por lo que los políticos que padecemos (salvo honrosas excepciones que todos conocemos) tienen imposible lavar su imagen. Con palabras no solucionan este tipo de cuestiones, aunque ni siquiera muchos de ellos puedan presumir de una expresión oral a la altura de las circunstancias.
Por ello como joven, como utópico, como pragmático impulsado por sus ideales creo firmemente en que algo debe cambiar a todos los niveles, guste a quien guste. Los profesionales que dan el salto a la política están bien vistos; los políticos profesionales que viven de la puñalada trapera que les mantiene en la bancada municipal, provincial, regional o nacional no deberían tener derecho a pedir ni una triste misericordia para con su imagen. Aunque por su falta de ética probablemente lo hagan. Y es quizás eso lo que más enerva al electorado serio. Que nos vendan una Yamaha de 800cc y nos encontremos con una BH con las ruedas pinchadas y además tengan la desfachatez -jeta, chulería y mil sinónimos más y ninguno aceptable para un tipo que dice representar a otros- de mirarte a la cara y serigrafiar en su cara la típica sonrisa política. Es altamente intolerable. Por el bien de la democracia.
Y, aunque me estoy extiendo más de lo habitual en mí -el tema puede merecerlo-, creo que es el momento de pedir esas ansiadas listas abiertas que lleven a los puestos de responsabilidad a la gente que demuestra estar capacitada para ello y que se mantiene fiel a sus principios y a sus amistades (que en muchas ocasiones no dejan de ser principios tan válidos como los otros). Las puñaladas, las ventas... deben ser desterradas de la práctica política y para ello se necesita regenerar el sistema, dar paso a jóvenes comprometidos que todavía no estén maleados y sepan anteponer sus creencias al egoísta éxito unipersonal. Nos toca tener fe y creer que pensar, ser joven, idealista y competente no puede suponer un handicap en política. Es ésta la gente que se necesita.