Tiro en la cabeza
Éste es el título de la última película de Jaime Rosales, uno de nuestros cineastas con más futuro, siempre y cuando se disponga a llegar al gran público. En caso contrario será coto cerrado de cinéfilos y críticos de cine. Probablemente os suene el título, pues fue muy controvertida la película. Se exhibió el año pasado tras su paso por el festival de San Sebastián y "narraba" (no se oyen voces) el asesinato de los dos guardias civiles en Capbreton.
De primeras se trata de un film no apto para gente impaciente o para quien pretenda ver algo ameno, pues lo más normal es que a poco sueño que se tenga se acabe uno echando una cabezadita, ya que el no escuchar las conversaciones acaba convirtiéndose en algo tedioso. No obstante, al principio parece ser un buen recurso, innovador y transgresor, pero pierde toda su magia después de un rato. Quizás éste sea el punto que hace que unos hayan alabado la película y otros la hayan odiado desde el primer momento. Yo me quedo en una situación intermedia.
Pero algo que ha hecho Jaime Rosales a la perfección en sus dos últimos trabajos es el rodaje de un atentado terrorista perpretado por ETA. Nunca antes había visto en pantalla algo semejante. Un atentado -bien disparos a quemarropa, bien un bombazo- que aparece de improvisto, que acontece de forma súbita y cuyos efectos quedan bien grabados en la retina del espectador. Sólo un pero: el efecto deseado, espectacular, lo consigue acentuando el silencio momentos antes, resaltando el atentado que de repente envuelve la pantalla. Y esto, que era novedoso en La soledad, aquí deja ya de serlo.
Y en cuanto a la polémica que suscitó al mostrarnos la vida cotidiana de un terrorista -lo que algunos dijeron que era la humanización del etarra-, debo decir que me parece sacada de contexto. Efectivamente lo humaniza, porque es una persona que vive, se mueve y respira igual que todos, pero no por ello deja de representar la tragedia. Incluso, diría yo, la recrudece e hiperboliza con ese silencio perpetuo que anticipa la masacre. Una película valiente pero imposible crear un fenómeno de masas a partir de ella.
De primeras se trata de un film no apto para gente impaciente o para quien pretenda ver algo ameno, pues lo más normal es que a poco sueño que se tenga se acabe uno echando una cabezadita, ya que el no escuchar las conversaciones acaba convirtiéndose en algo tedioso. No obstante, al principio parece ser un buen recurso, innovador y transgresor, pero pierde toda su magia después de un rato. Quizás éste sea el punto que hace que unos hayan alabado la película y otros la hayan odiado desde el primer momento. Yo me quedo en una situación intermedia.
Pero algo que ha hecho Jaime Rosales a la perfección en sus dos últimos trabajos es el rodaje de un atentado terrorista perpretado por ETA. Nunca antes había visto en pantalla algo semejante. Un atentado -bien disparos a quemarropa, bien un bombazo- que aparece de improvisto, que acontece de forma súbita y cuyos efectos quedan bien grabados en la retina del espectador. Sólo un pero: el efecto deseado, espectacular, lo consigue acentuando el silencio momentos antes, resaltando el atentado que de repente envuelve la pantalla. Y esto, que era novedoso en La soledad, aquí deja ya de serlo.
Y en cuanto a la polémica que suscitó al mostrarnos la vida cotidiana de un terrorista -lo que algunos dijeron que era la humanización del etarra-, debo decir que me parece sacada de contexto. Efectivamente lo humaniza, porque es una persona que vive, se mueve y respira igual que todos, pero no por ello deja de representar la tragedia. Incluso, diría yo, la recrudece e hiperboliza con ese silencio perpetuo que anticipa la masacre. Una película valiente pero imposible crear un fenómeno de masas a partir de ella.
Anécdota: el Renault Megane que conducen los terroristas lleva matrícula de Burgos. ¡Vaya por Dios!
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