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La épica del toreo

Hoy no es mal día para apelar a la parte épica y trágica que reside en el toreo. Esta disciplina, tan odiada como amada, vive uno de sus mejores momentos y eso pretende refrendar José Tomás esta tarde en Barcelona. El de Galapagar se ha concedido unos días de tregua rechazando diversas ferias para poder obrar su gesta de lidiar seis toros en una plaza mítica como es la de Barcelona. José Tomás es pura tragedia en cada uno de sus pases y muletazos, pero no está sólo en ese intrincado mundillo.

Como os comenté Burgos ha estado embaucada en sus fiestas toda esta semana, lo que lleva parejo la celebración de su feria taurina. El cartel contaba con las mejores estrellas del momento, a excepción de José Tomás, y este año ha logrado subsanar el problema de los toros. Por fin han aparecido bestias que embestían sin cesar y daban la posibilidad de rematar faenas con dos orejas, como logró El Cid, verdadero triunfador de la feria burgalesa.

Sin embargo el momento de mayor lirismo tuvo lugar en la primera corrida, la del domingo 28 de junio. Un torero que no consigue romper, Salvador Cortés, hacía su presentación en el vetusto coso burgalés. Los panfletos que repartían a la entrada lo anunciaban como muy diestro con la espada, entre otras virtudes. Nada más lejos de la realidad. Con un toro más manso que bravo optó por matarlo sin apenas haber realizado la faena. Tras un par de muletazos, literalmente, lo cuadró y se dispuso a dar por finiquitado a su primer toro.

La plaza comenzó a rugir, pues aquello no era toreo sino más bien un crimen, y ante semejante pitada el diestro sevillano falló. Y falló unas cuantas veces. Tanto que tuvo que acudir al descabello deparando un espectáculo dantesco que necesitó de nueve descabellos para acabar con la vida del sufrido animal. La bronca fue monumental, como es lógico, y Salvador Cortés marchó cabizbajo a reunirse con su cuadrilla y su apoderado en el callejón.

La tarde empeoraba. Se nublaba, amenaza tormenta y los toros eran decepcionantes. Los ánimos del público se calentaban y llegaba el momento del último toro de la tarde. De nuevo Cortés en el ruedo, recibido por incesantes pitos. Nada bueno se auguraba para el sexto toro. De repente se desató una verdadera tormenta, que más que veraniega parecía tropical, obligando a los espectadores a abandonar sus asientos y refugiarse en las zonas cubiertas. Mientras tanto Salvador Cortés aguantaba estoicamente el temporal, despojado de sus zapatillas, plantado en medio de la plaza, con el barrizal cubriendo sus tobillos.

Optó por despedirse de Burgos heroicamente, jugándose la vida cada vez que encaraba al toro. Lo brindó al público y al despojarse de su montera un rayo partió el horizonte castellano. Pésimo presagio en un mundo tan supersticioso como el del toreo. Comenzó su faena, y la ejecutó con tiento. Tanto es así que los tendidos se congraciaron con él y al compás de "torero, torero" llevaron en volandas la osadía del sevillano. No acertó con el estoque a la primera, aunque sí a la segunda, y la plaza le regaló una oreja más por valentía y coraje que por destreza y mérito.

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