El dilema de las fiestas universitarias
Con motivo de la festividad de cada facultad, lo que viene determinado por el patrón de la misma y el santoral, surge, año tras año, la polémica sobre cómo deberían desarrollarse. Ese día es el principal en cuanto a la obtención de fondos con los que financiar parte del viaje de fin de carrera, o de ecuador de carrera, según sea el caso. El problema es cómo se organiza y todo lo que conlleva, y para esto cada ciudad es un pequeño mundo. En Burgos el tema está de moda, pues se acercan las fiestas de Químicas y la Universidad ha decidido prohibirlas.
Ya el anterior Rector había expulsado tales fiestas del campus universitario, endosándole el embolado al Ayuntamiento, que no debería ser más que un mero espectador subsidiario. La buena voluntad del equipo de Gobierno municipal quedó reflejada al acceder durante 4 años a ceder un terreno próximo a las facultades y alejado de viviendas para tal menester. Ahí se montaba la tradicional carpa y fuera los jóvenes aprovechaban a hacer botellón. En Burgos, ciudad de clima ingrato, ésta era una de las pocas ocasiones en que los chavales, universitarios o no, realizaban un botellón en masa.
Los efectos de tales eventos son fácilmente imaginables: un montón de desperdicios por toda la explanada (pero más fáciles de recoger que en zonas aledañas al castillo) y una importante, en conjunto, ingesta de alcohol. Ni más ni menos que como en el resto de ciudades españolas que cuentan con universidad. El nuevo Rector, apenas votado por los alumnos, alega la prohibición por el hecho de que se vende alcohol en la carpa, aunque a nadie se le obliga a consumir, cosa que sí ocurre en discotecas de otras ciudades.
Ahora la pelota pasa primero por el tejado de la comisión organizadora de las fiestas de Químicas, pues ellos deben buscar la solución al conflicto, con nuevas propuestas y asumiendo aquello que más miedo da a los responsables municipales: un seguro por si ocurre algo y contratar la recogida de la basura que se genera en el entorno. La presencia policial y sanitaria ya es algo que debería ofrecer el Ayto. Sin embargo, parece que saldrá indemne (metafóricamente hablando) el causante de tal ajetreo, que no es otro que el Rector. Burgos pasa por ser la única ciudad del entorno donde no habrá fiestas universitarias a no ser que el Alcalde lo remedie, pues no en vano está bastante más sensibilizado con el problema que la UBU.
Otras universidades como Valladolid han amenazado durante años pero aún hoy se realizan las multitudinarias quedadas con motivo de la celebración de Medicina, Teleco, Industriales o Arquitectura, por citar algunas. En Salamanca, que por algo cuenta con 2000 Erasmus por menos de 200 en Burgos, la solución se ha encontrado llevando a la muchedumbre a un campo de fútbol apartado. Burgos se muere poco a poco para los jóvenes y la Universidad se encarga de inmolarse y arrastrar con ella a la ciudad. ¿Quién querrá venir a una ciudad de donde los jóvenes salen huyendo? Sin discotecas ni fiestas universitarias, sólo nos quedan nuestras "sositas" fiestas de San Pedro.
Ya el anterior Rector había expulsado tales fiestas del campus universitario, endosándole el embolado al Ayuntamiento, que no debería ser más que un mero espectador subsidiario. La buena voluntad del equipo de Gobierno municipal quedó reflejada al acceder durante 4 años a ceder un terreno próximo a las facultades y alejado de viviendas para tal menester. Ahí se montaba la tradicional carpa y fuera los jóvenes aprovechaban a hacer botellón. En Burgos, ciudad de clima ingrato, ésta era una de las pocas ocasiones en que los chavales, universitarios o no, realizaban un botellón en masa.
Los efectos de tales eventos son fácilmente imaginables: un montón de desperdicios por toda la explanada (pero más fáciles de recoger que en zonas aledañas al castillo) y una importante, en conjunto, ingesta de alcohol. Ni más ni menos que como en el resto de ciudades españolas que cuentan con universidad. El nuevo Rector, apenas votado por los alumnos, alega la prohibición por el hecho de que se vende alcohol en la carpa, aunque a nadie se le obliga a consumir, cosa que sí ocurre en discotecas de otras ciudades.
Ahora la pelota pasa primero por el tejado de la comisión organizadora de las fiestas de Químicas, pues ellos deben buscar la solución al conflicto, con nuevas propuestas y asumiendo aquello que más miedo da a los responsables municipales: un seguro por si ocurre algo y contratar la recogida de la basura que se genera en el entorno. La presencia policial y sanitaria ya es algo que debería ofrecer el Ayto. Sin embargo, parece que saldrá indemne (metafóricamente hablando) el causante de tal ajetreo, que no es otro que el Rector. Burgos pasa por ser la única ciudad del entorno donde no habrá fiestas universitarias a no ser que el Alcalde lo remedie, pues no en vano está bastante más sensibilizado con el problema que la UBU.
Otras universidades como Valladolid han amenazado durante años pero aún hoy se realizan las multitudinarias quedadas con motivo de la celebración de Medicina, Teleco, Industriales o Arquitectura, por citar algunas. En Salamanca, que por algo cuenta con 2000 Erasmus por menos de 200 en Burgos, la solución se ha encontrado llevando a la muchedumbre a un campo de fútbol apartado. Burgos se muere poco a poco para los jóvenes y la Universidad se encarga de inmolarse y arrastrar con ella a la ciudad. ¿Quién querrá venir a una ciudad de donde los jóvenes salen huyendo? Sin discotecas ni fiestas universitarias, sólo nos quedan nuestras "sositas" fiestas de San Pedro.
Está muy bien explicado. He comprendido muy bien el problema. Hay algo gracioso, como es esa mezcla de alcohol, juerga, rebelión, trámites administrativos, rectores y seguros de responsabilidad. Lo mezclas todo, lo agitas bien, y sale una historia bien española, por lo surrelista.
Cuando yo estudié Derecho en la Complutense, hace 121 años, creo que no había este tipo de fiestas (a lo mejor sí que las había, y yo no me enteré). Sólo estaba San Canuto, que era de una escuela de ciencias, no sé si una ingeniería o qué. Ese día, año tras año, los tíos de esa Escuela, tan serios, no iban a clase, iban invadiendo las facultades de Letras, con un gran muñecón emporrado, asaltando las clases, gritando, bebidos o fumados ya a media mañana. Parece una cosa gamberra, pero ya era casi institucional. Yo creo que si un año no llegan a ir, el Decano de Derecho habría llamado a la policía, a ver si es que había pasado algo.
Lo dicho: gracias por tu buena crónica, ya nos dirás en qué acaba.
Sin duda que es muy española esta situación. Yo creo que al final el Ayto. volverá a ceder y a tener que limpiar toda la basura del botellón, pero ya veremos. Intentaré informar de ello.
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