El Matiz

Cuando a José Luis Rodríguez Zapatero le da por sincerarse tiemblan los cimientos de nuestra sociedad de bienestar. Por suerte o por desgracia, según se mire, nuestro Presidente no suele contarnos las cosas como son, sin maquillajes ni aderezos que transformen todo en medias verdades, es decir, grandes mentiras. Pero de vez en cuando se descuelga con un arrebato de democracia y transparencia y su retardada sinceridad no hace más que crear preocupación.

El último ejemplo (uno de los pocos, dicho sea de paso) lo pudimos ver hace un par de días cuando acudió al Congreso a hablarnos de la tan negada crisis. Por fin decidía saltar a la palestra y superar los vértigos de llevar el timón del país, algo para lo que las urnas le eligieron. De hecho, de todo Presidente se espera que acepte el reto de guiar un país durante 4 años a las buenas y a las maduras. Y desde el púlpito de la Cámara Baja Zapatero nos aseguró que las actuaciones del Gobierno no solucionarán la crisis, sino que su objetivo residirá en "aliviar" un poco a las familias, es decir, a la gente, que somos quienes sufrimos las consecuencias de la imprevisión gubernamental y su inacción posterior.

De modo que Rajoy no tuvo otro remedio que espetarle que cada vez que habla genera alarma y preocupación, cuando se supone que su intervención debería servir de aliento para la economía española. Pero Zapatero lleva tiempo viviendo en el pesimismo o, en su defecto, en la negación de la evidencia. Con una gestión tan opaca y destinando los recursos para ganar tiempo y que la gente no se le rebele, en vez de intentar atajar el problema de fondo incidiendo en la macroeconomía, sólo podemos esperar que terceros países consiga reconducir la situación y aprovecharnos de la coyuntura. Y mientras, a vivir del gasto social para ocultar el terrible agujero económico que hay detrás.